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Recuerdos en blanco y negro de la emigración española a Bélgica

por EFE (editor@lamegamedia.com)


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Bruselas, 12 sep - Españoles arremolinados con sus maletas en una estación de Bruselas, churreros en un pequeño local bruselense y recuerdos en blanco y negro son algunas de las imágenes que el Museo de la Inmigración en la capital belga muestra en una exposición fotográfica dedicada a unos inmigrantes que empezaron a desembarcar en Bélgica hace ya más de medio siglo.

Como pequeños fragmentos, varias fotografías retratan a aquellos españoles que emigraron tras el acuerdo cerrado entre la España de Franco y la Bélgica del rey Balduino en 1956.

El acuerdo fue el primero de otros del mismo calado que iniciaron las oleadas de españoles que emigraron en la segunda mitad del siglo pasado a otros países europeos como Alemania, Suiza y Francia, que bien caricaturizó el director Pedro Lazaga en su película “Vente a Alemania Pepe”, con un Alfredo Landa que descubre que el “sueño alemán” no es lo que parecía.

En una Bélgica próspera y con necesidad de mano de obra, la mayoría de los que emigraron -algunos pudieron hacerlo en tren, otros no tuvieron más remedio que ir a pie- terminaron trabajando en las minas localizadas principalmente en la región de Valonia, aunque otros también se dedicaron al servicio doméstico, industria metalúrgica y la construcción.

El convenio belga-español ofrecía por aquel entonces la posibilidad de que, una vez transcurridos tres años trabajados en Bélgica, la familia podría reagruparse legalmente, comenzando a fraguarse así esa primera generación de inmigrantes españoles.

Ello trajo consigo la formación de una colonia española en Bélgica que llegó a sumar cerca de 70.000 españoles.

Aquellos que bailaban con trajes regionales en las calles, aquellos cuyo rostro estaba cubierto de hollín por el trabajo en la mina o aquellos que se tomaban una foto junto al Atomium son hoy los protagonistas de la exhibición que trata de contar la historia de la “emigración a Bélgica” y que retrata una época “muy dura” en la que en España “había mucha pobreza” y se buscaba trabajo, detalla Isabel Ceballos, trabajadora del centro.

Las fotografías, no obstante, solo captan un instante breve y congelado en el tiempo de sus vidas, sin explayarse en cuáles fueron las circunstancias que les empujaron a Bélgica, cómo eran sus vidas y cómo fueron sus primeros años para aclimatarse al húmedo, gris y frío tiempo del país.

Queda registro de alguna anécdota en las paredes de la exposición, como alguna cita del primer cura español que se mudó a Bélgica. Cuenta Isabel, junto a una fotografía de una pareja de mujeres acicaladas con ropajes ye-yés y que escandalizaron al capellán por la libertad de la que gozaban las mujeres en comparación con España.

UNA CHARRA GUARDIANA DE LA MEMORIA ESPAÑOLA

En noviembre se cumplirán tres décadas desde que Carmen Sánchez llegara a Bruselas. Ella, “plenamente charra” como dice, vino para aprender francés, pero se quedó por amor, que es una de las razones que “siempre motivan para quedarse”, dice.

Al tiempo empezó a trabajar como trabajadora social, donde pudo conocer y mantener relación con muchas personas de aquella primera generación de españoles que, desde una España bajo el franquismo, emigraron a Bélgica para iniciar una nueva vida.

Ver estas fotografías de fragmentos de la historia que ella no vivió, pero de la que tuvo testimonios en primera persona, le produce un “inmenso respeto por toda esa gente que también ayudó a levantar España”, a las “que les debemos mucho” y que salieron “porque no les quedó más remedio”, dice esta salmantina que cuenta con un pequeño espacio en la exposición dedicada a ella.

“Esa primera generación que vino con lo puesto, que llegaba a la estación de Midi [una de las más importantes de Bruselas] y decir, ¿ahora dónde voy? Y mirar a los lados a ver si oían hablar español a alguien que les orientara un poco”, relata.

Carmen, guardiana de recuerdos y anécdotas de esa generación que poco a poco empieza a desaparecer, cree que no se puede olvidar aquellos episodios, de lo duro que era emigrar en aquella época en la que el internet y las videollamadas no eran si quiera una cosa de ciencia ficción.

Pero, salvando las distancias entre un momento y otro, las fotografías son el espejo donde pueden mirar las generaciones más recientes a los que las circunstancias económicas les llevó a hacer las maletas y volver a repetir la historia de sus antepasados.

Jorge Ocaña



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