Bagdad, 14 oct (EFE).- Después de que el grupo terrorista Estado Islámico (EI) irrumpiera en varias localidades cristianas del norte de Irak en 2014, miles de familias huyeron para salvar sus vidas. Incluso tras la expulsión de los yihadistas, siguen viviendo en campamentos de desplazados, sin perspectivas de poder regresar ni de cumplir sus sueños en su país.
En el campamento de Mariam al Azraa (La vírgen María, en árabe), en el este de Bagdad, Ehsan trata de remover con una escoba las aguas residuales que supuran de su chabola de apenas unos 30 metros cuadrados, donde vive con su marido y sus cuatro hijos desde que los terroristas tomaron el norte hace siete años.
Esta ama de casa de 42 años abandonó su pueblo natal en la provincia norteña de Nínive y escapó de los terroristas con su familia, dejando atrás "una vida normal" para embarcar en una pesadilla.
"Al principio me sentía mal en el campamento por haber tenido que dejar mi lugar de nacimiento, pero me acostumbré a vivir aquí", dice a Efe Ehsan.
Con una voz tenue, asegura que no tiene otra opción que quedarse en la chabola por la falta de oportunidades laborales y porque "los alquileres son altos en Bagdad".
"Mi sueño es vivir tranquila y que mis hijos tengan un futuro asegurado. Pero existe una larga distancia entre mis sueños y yo", lamenta.
UN CAMPAMENTO CARGADO DE TRAGEDIA
Actualmente, el campamento de Mariam al Azraa acoge a unas 120 familias, todas ellas cristianas y la mayoría de Nínive, donde el Estado Islámico perpetró desde 2014 sangrientos ataques y persiguió ferozmente a esta minoría en Irak.
Pero este recinto de chabolas de hojalata, ubicado en una explanada en el adinerado barrio bagdadí de Zayuna, fue antaño el escenario de numerosas tragedias y calamidades del régimen del dictador Sadam Husein, explica a Efe uno de los encargados del campamento, Sargis Yojanna.
El lugar, popularmente conocido durante la dictadura como "Comandos de Sadam", era una instalación de entrenamiento militar en la que también se torturaba a todo aquél crítico con el caudillo iraquí, con prácticas como "cortar lenguas o colgar a las mujeres de sus pechos", agrega.
Yojanna, miembro del Movimiento Democrático Asirio, que representa a esta etnia cristiana originaria del norte de Irak, señala que su partido ocupó el recinto tras la caída de Sadam con la invasión estadounidense en 2003 y "lo convirtió en un refugio para los perseguidos".
Esta etnia estuvo marcada por un gran éxodo ya durante la dictadura, cuando la comunidad estaba compuesta por alrededor de un millón de personas, pero la ocupación de EE.UU. y el surgimiento del Estado Islámico redujo a los asirios en Irak a tan solo unos 200.000.
Decidido a luchar por los derechos de su etnia, el secretario general del partido, Yonadam Kanna, organizó el desplazamiento a Bagdad de cientos de familias perseguidas en 2014 y habilitó el campamento con muchos esfuerzos.
Pero Kanna asegura a Efe que tras la derrota territorial de los yihadistas en 2017, "algunos" de los habitantes del campamento volvieron a sus casas, aunque "no todos porque sus hogares todavía no están reconstruidos y, al mismo tiempo, no hay oportunidades laborales para ellos ahí. Por esto todavía están en Bagdad".
SUEÑOS ROTOS
Nasir, de 42 años, muestra la chabola en la que vive su familia de cinco miembros, que cuenta con tan solo dos habitaciones de cinco metros cuadrados cada una y un pequeño baño.
"Todos dormimos en la misma habitación", dice a Efe desde su dormitorio, recubierto con imágenes de Cristo y de la Virgen, donde por las noches es como si todos respiraran "un solo aliento" en el sobrecargado ambiente.
Originario de Qaraqosh, recuerda con nostalgia la belleza y la naturaleza de lo que por muchos años fue su hogar, pero ahora, sin opciones de trabajar ahí y con su casa destruida, no puede regresar.
Asegura que tiene las necesidades cubiertas en el campamento, donde hay una iglesia, un parque para los niños e incluso pequeños supermercados, uno de los cuales es gestionado por Rami Karim, un joven de 29 años.
Rami llegó a Bagdad en 2015 después de vivir una huida del EI que le llevó desde Karamlis, en Nínive, a Ramadi (oeste), Mosul y Erbil (ambas en el norte), desde donde finalmente pasó horas conduciendo hasta llegar a la capital.
"En Karamlis había antes unas 2.000 familias. Pero ahora solo quedan 300", dice desde el otro lado de la caja registradora, desde donde recuerda que antes tenía una buena vida que se ha deteriorado hasta el punto de "no tener recursos ni para alquilar un apartamento".
Con el trabajo en el supermercado y haciendo también de conductor gana lo suficiente para poder sustentarse en un país en el que ha perdido toda la esperanza.
"En Irak ya no tengo sueños", dice afligido.
Carles Grau Sivera