Izalco (El Salvador), 1 abr (EFE).- La centenaria procesión de los Cristos de la localidad salvadoreña de Izalco (oeste) regresó este jueves a las calles del municipio con la compañía de cientos de feligreses, principalmente indígenas, después de que se suspendiera en 2020 por la pandemia de la covid-19.
Los miembros de diversas cofradías cargaron con 12 imágenes de Cristo crucificado por las calles de Izalco y se sumaron a la Procesión del Silencio, con la que retornarán al templo en el que inició la mañana del viernes.
Esta procesión, que según los expertos es muestra del sincretismo de la religión católica y los pueblos indígenas de la zona, se dio a pesar de que la Iglesia salvadoreña dispuso realizar las procesiones principalmente en el interior de los templos y con pocas personas.
Según constató Efe, la afluencia de fieles fue menor a los años previos a la pandemia, pero cientos de personas acompañaron la procesión utilizando mascarillas para prevenir los contagios.
La procesión era presidida por una imagen de Cristo cargando su cruz, similar a la que se utiliza en el viacrucis el Viernes Santo.
Esta imagen, al igual que la de María, María Magdalena y otras, era cargada por miembros de la Hermandad de Jesús de Nazareno de Izalco, quienes vistieron sus tradicionales túnicas moradas.
Irma Cortes, responsable de una cofradía, se mostró agradecida por el regreso a las calles de la "centenaria procesión de los Cristos del Jueves Santo", a pesar de que no ha terminado la pandemia.
Aseguró que la cofradía de San Gregorio Magno, a la que ella pertenece, "tiene aproximadamente de 350 años" de existir en el municipio.
José Ramírez, mayordomo de la misma cofradía, se mostró conmovido por recorrer nuevamente su municipio con la procesión y sostuvo que este es una manera de recordar que "la comunidad indígena de Izalco todavía está viva".
Entre las actividades religiosas y culturales suspendidas en 2021 por la pandemia se encuentran las procesiones del Domingo de Ramos y la salida de los Talcigüines de Texistepeque (noroeste), en la que unos 45 hombres vestidos completamente de rojo y con el rostro cubierto "expían los pecados" de los fieles a golpe de látigo.
Izalco fue una de las localidades más golpeadas por la masacre de indígenas y campesinos ordenada por el dictador Maximiliano Hernández Martínez, con la que casi exterminó a esta población y su cultura en 1932.
La matanza se dio tras una insurrección popular, encabezada por indígenas y campesinos, suscitada en rechazo a una reforma que los despojó de sus tierras comunales y a un fraude electoral.