Buenos Aires, 10 sep (EFE).- “Solo aquel que está enamorado de lo que está haciendo es imparable”, proclama Alfredo Barragán, el hombre que, acompañado de otros cuatro expedicionarios argentinos, cruzó el Atlántico sobre una balsa de troncos a vela y sin timón en la célebre Expedición Atlantis de 1984, y que aún hoy sigue dedicando su vida a proyectos grandiosos.
“Qué el hombre sepa que el hombre puede”, expresó al arribar a América, resumiendo en una frase universal la más renombrada de sus hazañas: una entre las 30 que realizó durante 50 años por cinco continentes.
Dedicado a la exploración deportivo-científica, este abogado retirado de 72 años fundó en su juventud el Centro de Actividades Deportivas, Exploración e Investigación, que aún preside y con el que desarrolla cada proyecto, como el museo de la exploración, que estará en la ciudad bonaerense de Dolores, donde nació y vivió toda su vida.
Con la convicción de que “no hay imposibles”, solo “falta de disposición para el esfuerzo y miedo a soñar”, Barragán no solo fue capitán de la "Atlantis", sino que atravesó el mar de las Antillas en kayak, buceó en la Antártida, escaló el Kilimanjaro, el Mont Blanc, varias veces el Aconcagua y cruzó los Andes en globo.
Por eso remarca la planificación con la que resuelve cada desafío que se impone y asegura: “Somos absolutamente serios a la hora de ejecutar las expediciones. Yo soy un explorador deportivo, no un aventurero”.
ORIGEN DE LA ATLANTIS
En 1984 el mundo fue testigo de la proeza de Jorge Iriberri, Félix Arrieta, Horacio Oscar Giaccaglia, Daniel Sánchez Magariños y el mismo Barragán, al arribar tras 52 días de travesía en una balsa de troncos y vela al puerto de La Guaira, en Venezuela.
Habían zarpado desde Tenerife, en España, y atravesado el Atlántico.
Todo había comenzado con un interrogante que derivó en teoría. Barragán había escuchado acerca de unas colosales esculturas de los olmecas, una de las primeras civilizaciones centroamericanas. “Quince esculturas enormes, de unas 20 toneladas en basalto, que representan a hombres de raza negra”.
Ávido lector de historia de la navegación y expediciones, se preguntó cómo podían estar representados allí los miembros de una raza que miles de años atrás, al momento de ser establecidas las piezas, solo se encontraba en África.
Consideró la posibilidad de que hubieran podido trasladarse en balsa, primer transporte marítimo utilizado por el hombre.
"Me pongo a estudiar las corrientes del Atlántico norte, y rápidamente encuentro una cinta transportadora (la corriente norecuatorial) que va de España (continental) a Canarias y de Canarias a América, recorre la costa norte de Venezuela, sube como corriente del Golfo de México y vuelve por el Atlántico Norte a Europa”, señala.
CONSTRUIR UN SUEÑO
Enrolado en la teoría de Thor Heyerdahl, hacedor de la Kon-Tiki, que sostenía que en la antigüedad los mares no eran barreras, sino vías de comunicación, y que en 1947 atravesó el Pacífico en balsa, Barragán partió a México para exponer sus ideas ante especialistas, pero solo recibió negativas.
“Y en un momento dado dije ‘no los puedo convencer, hay una sola solución’: hago una balsa copia fiel de la africana, para que no sea cuestionada, y voy a estar arriba”, recuerda.
Entonces convocó a la tripulación: Iriberri, Giaccaglia, Sánchez Magariños y él mismo, con grandes conocimientos de náutica y buceo, y Arrieta, camarógrafo del grupo, que filmaría la travesía.
Con ese material, años más tarde, se realizaría un documental premiado y aclamado por el público.
Trabajaron arduamente durante cuatro años. Construyeron ellos mismos una balsa con troncos de 70 centímetros de diámetro traídos de Ecuador, 6 kilómetros de cuerdas vegetales y una vela pintada con el sol y la cruz de los vientos como símbolo.
“Esos cuatro años previos fueron terribles, todos los días había motivos para abandonar. Esto no pasó en el mar, en el mar fluyó "Atlantis”, manifiesta.
Ya trasladada la balsa en barco a Canarias, abastecida luego con 1.300 kilos de comida, 60 bidones de 20 litros de agua y una radio VHF, la "Atlantis" y los expedicionarios comenzaron a hacer historia.
“No había fuerza terrena que nos pare. Estábamos absolutamente convencidos de la belleza de lo que íbamos a hacer”, señala.
El grupo era consciente de que podía resolver el desafío del mar y que establecer que pobladores africanos podrían haber llegado a América 3.000 años antes que Colón solo era relevante para un grupo reducido, pero también, que la experiencia en sí iba a conmover a todos.
“Demostrar que vale la pena soñar, correr atrás de los sueños, construir con ese sueño una realidad, trabajar, esforzarse, comprometerse, disfrutar esa lucha y terminar en una paz esplendorosa en el momento de la conquista de la meta”, concluye.
Julieta Barrera