Blanca Flores llegó a Ohio a los 19 años y no pasó mucho tiempo antes de comprender que la vida en Estados Unidos no es exactamente como se ve en las películas de Hollywood o en la televisión. Cuando salió de Guatemala, se propuso no volver a su tierra natal hasta que alcanzara el sueño americano, y contra toda adversidad luchaba duro para lograrlo.
Al principio se asentó en la remota zona rural de East Liverpool (al sureste del estado) donde trabajó en la industria de la agricultura. La labor era ardua, jornadas de sobre 10 horas, seis días a la semana, la paga era poca y las condiciones de vivienda provista eran prácticamente infrahumanas.
De su salario le descontaban cantidades de dinero por razones que ella no entendía, sus patrones no hablaban español y al ser indocumentada –además de no hablar inglés– pensaba que su única opción era aceptar las cosas.
Cansada de lo que consideraba era un abuso comparable con la esclavitud a la que estuvieron sujetos sus antepasados, a los tres meses decidió huir y abandonar la granja junto a una compatriota ixil. Su destino, la vecina ciudad de Pittsburgh.
En el campo de plantación había escuchado de sus compañeros que era un lugar tranquilo con buenas oportunidades de empleo. Y así parecía ser, al poco tiempo encontró sustento en la limpieza de mansiones en un vecindario de gente rica.
Le pagaban mejor que en la plantación, no obstante, el costo de vida en la ciudad era alto y a duras penas le daba para sobrevivir.
A pesar de las dificultades económicas, Blanca desarrolló un círculo social de amistades con las que compartía y juntos salían a bailar los fines de semana. Fue en una de estas salidas nocturnas que conoció a quien se convirtiera en su novio, un gringo llamado Andy.
La barrera del idioma les obstaculizaba la comunicación, pero al principio el amor era suficiente. Sin embargo, con el pasar de los años ese amor se tornó enfermizo, hostil y abusivo. Entonces, a raíz de un incidente de violencia, Blanca se vio obligada a una vez más, tener que escapar.
La guatemalteca regresó a Ohio, pero esta vez, a la ciudad de Cleveland. No se le hizo difícil conseguir trabajo, de hecho, para que le alcanzara tuvo que obtener dos. Durante el día limpiaba en un hotel, y en las noches cocinaba en un restaurante chino.
De esta forma, y aunque no tenía mucho tiempo para descansar, logró establecerse y hasta guardar un poco de dinero. Una fría tarde de enero, cansada justo terminando su turno en el hotel, irrumpieron agentes de inmigración en una redada y la detuvieron por tener “papeles chuecos”.
Después de siete años en Estados Unidos, sería deportada a su país de origen. Estaba decepcionada; se sentía fracasada.
La mañana en que Blanca regresó a su pueblo natal de Iztapa –en la costa pacífica de Guatemala– súbitamente percibió el dulce aroma de un buen café chapín y abriendo bien los ojos se dio cuenta que el sol brillaba, la temperatura era cálida, el cielo despejado y las palmeras moviéndose con la brisa adornaban la playa azul.
Se dedicó a la pesca y vende el fruto del mar a un restaurante local. También practica el surfing que tanto le apasiona e imparte clases de este deporte a turistas. Recientemente se mudó a una casita frente al mar y ahora vive feliz.
---------------------
*El Guacamole es la primera columna humorística de La Mega Nota para analizar “casos y cosas” de interés nacional. La idea de escribir esta crónica ficticia nació del consenso editorial en agosto de 2023; cualquier parecido con la realidad es una simple coincidencia.
**FOTO: (La Mega Nota/Hugo Marín)