En el garaje de mi casa se pueden encontrar cajas etiquetadas que almacenan decoraciones utilizadas a lo largo del año. En ellas están los adornos de Navidad, Halloween, Pascua, Acción de Gracias y Día de Muertos.
Esta última es muy especial, ya que guarda sentimientos, recuerdos y añoranza. Contiene fotografías de seres queridos y objetos con un significado trascendente.
Cada año mi familia se prepara para montar un altar como parte de una tradición especial. Quizá otras culturas la vean como una celebración atípica.
Los altares son una tradición mexicana que forma parte del Día de los Muertos, una festividad que se realiza el 1 y 2 de noviembre, honrando a los seres queridos que han fallecido e invitándolos a regresar al mundo de los vivos para disfrutar de los alimentos y objetos que les gustaban.
Se basa en la creencia de que los espíritus de nuestros antepasados visitan a los vivos, mientras el perro xoloitzcuintle funge como guía del inframundo.
Los elementos de mi altar están en esa caja etiquetada “Día de Muertos”. En cada exposición existe una o varias fotografías del difunto, colocadas en la parte superior, siendo el centro de la ofrenda.
En casa, cuidadosamente desempolvo las fotografías de mis dos abuelitas. La sonrisa en ambos rostros me hace reflexionar sobre los momentos felices que pasé cuando visitaba sus hogares de niña. Me trae recuerdos del plato de sopa de fideos que me servía mi abuela cuando llegaba a su casa.
Fotografía: (La Mega Nota/Karina Guzmán)
